jueves, 8 de diciembre de 2016

A la deriva


Hoy te soñé, no te veías del todo igual pero definitivamente eras tú. Me hizo recordar que en algún momento creímos que soñarnos era viajar a la cama del otro, recorrer el mundo tomados del alma.
Desperté pensando si tu alma quiso encontrarse con la mía a escondidas, desafiando a tu orgullo.

En este sueño no conocía el lugar donde estábamos, era como una especie de edificio con terrazas en cada uno de sus pisos. Ahí hablábamos de cualquier tontería mientras disfrutábamos de la vista. En un momento dijiste que tenías una cicatriz, como si yo no me conociera tu cuerpo de memoria. Respondí que era mentira, tú tomaste mi mano y la colocaste en tu cintura, yo acerqué tu cuerpo al mío, posaste tu cara en mi clavícula mientras rozaba tu espalda lentamente, recorriéndote lunar a lunar, buscando la supuesta cicatriz. Te arrimaste y te exploré del ombligo para arriba, rodeé tu pecho, no encontraba nada, en este punto ya veníamos perdiendo la noción de lo que estamos buscando. Mis labios se aproximaron a tu cuello y se desató una tormenta de suspiros. Me hiciste notar lo mucho que tus manos extrañaban a mi espalda por las marcas que dejaste en ella. Afuera llovía, pero nosotros simplemente ardíamos.
Tenías tus manos en mi nuca, yo presionaba tu cintura, me respirabas fuerte y muy cerca a tus labios te dije que no tenías ninguna cicatriz, hubo un breve silencio y lo rompiste para responder que tu cicatriz no es visible.

Abriste los ojos y yo no estaba a tu lado. Nunca supiste que lo estuve, pero yo te llevé toda esa mañana conmigo. Ambos nos quedamos a la deriva, en ese sueño que, como ya sabes, nunca se nos hace realidad.