Ojalá nos dañe las ganas de quedar intactos, nos derrumbe los muros que
construimos en esta guerra de tratar de no pensarnos demasiado.
Ojalá nos detenga el motor que nos hace andar, para no escaparnos cuando oscurezca.
Que te deje accidentada en mi vida y a mí, en la tuya, me haga naufragar.
Ojalá te fleche para que te desvivas por mí. Que te lleve hasta mis pies, o bueno,
mejor un poco más arriba, como al nivel de la cintura.
Ojalá me fleche y me desangre consintiendo
tus caprichos de tenernos, de amarrarnos las piernas y cogernos las manos.
Ojalá nos clave su estaca para no dejar espacio a las nuestras, así sin miedo podamos conocernos, tocarnos, mirarnos, querernos y hablar entre nos, ser uno, siendo dos.
Ojalá nos tranque el aliento, que tu último respiro sea el aire del mío.
Ojalá nos hiera, desgarre,
destruya y nos tumbe al suelo, porque solo estando recostados allí es
cuando tendremos la total certeza de que sí, de que perdimos el juego, el de ver
quien quiere más, y lo perdimos precisamente porque ninguno de los dos salió (o
saldrá) ileso.