El hombre inteligente a sabiendas
de cada frase y palabra antes escrita, ignoró. Ignoró como siempre. De nada
vale ser inteligente si destruyes todo. Tus símbolos, tus coartadas, tu ser. Te
crees inteligente pero eres lo contrario. Eres espejo de todos y todos son tus
reflejos. Tú más que
Nadia sabe por
qué quiere morir.
¿Por qué quiere morir el hombre inteligente? ¿Por qué destruye? La respuesta es fácil
Nadia llega a su vida con un vacío lleno, como una guitarra sin
cuerdas. Llega para pintar un bello paisaje y darle flores, pero esas flores no
fueron olidas. Más bien las escupieron. Pobre
Nadia, si le tocó el segundo personaje, a nadie le importa. Qué
triste me siento por ella. Más nadie que ella sabe lo que es ser el clavo del
martillo.
¿Hasta cuándo Nadia? Nadie se va a exaltar por ti
¿Hasta cuándo Nadia
aguantará que nadie haga un gesto amable, un signo fácil, alguna maldita
discrepancia? Todo lo acaban, como la duda, como el hombre inteligente que
después de tanto trato y tacto ha desvanecido. Quedó en ridículo ante sus
fieles. Se dedicó a perder. Se dedicó a morir. Menos mal murió por él y no por
otro. Eso sería más dramático aun. Pero el hombre inteligente no dramatiza
nada, todo es real.
Y así de real llegó hasta su choza y con sus benditas manos
las destruyó. Como un animal entró y mató a las crías. Permaneció inmune ante
la cordura. Decayó de nuevo asentando más el culo y la espalda, terminando de
torcer su cuello, llegando a partir su cabeza y su corazón. Nadia ya no sabe qué hacer. Nadia incluso siendo la burla del hombre
inteligente era todo. Era la letra y las líneas, era la magia hecha mujer, era
lo que él anhelaba. Sin embargo, el hombre inteligente, incapaz de ver lo que
tenía, la amordazó.
Ella, sabia por naturaleza, fresca y
joven como una orquídea, sin excluir hermosa, tenía en el bolsillo un frasco con un gotero lleno de paciencia, interminable su contenido. Nadia más que nadie sabía cómo usarlos.
Nadia cosechó la semilla del amor y se embarazó de sí misma y
dentro de ella creció un sauce. Ella dio a luz un milagro, un recién nacido,
hijo del hombre inteligente. Pareciera que fuese una descabellada hazaña, pero
hazaña al fin.
Fue luz en la oscuridad, fue
música en el silencio, fue un nuevo amor, un único amor, el sauce llorón. Sin
embargo, el hombre inteligente, inmune ante la luz, buscaba el llanto, la
amargura. No puede amarse a sí mismo, no puede amar a nadie. El hombre inteligente
sucumbió ante las sombras y sin remedio alguno fue juzgado. Parecía eterno su
juicio. Siempre era “sí, pero no” “tiro la piedra y escondo la mano” hedonista,
egoísta, imbécil.
Nadia, tal cual insecto inseparable de la luz, separó caminos. Tuvo
que tomar otra decisión. Debió asistir a su propio juicio y pasar por la puerta
de Saens, explicar a sus testigos sus coartadas y exponer sus pruebas,
inseparable aún de la luz y la luz de ella.
-Quítenle las esposas al
inocente- alguien dijo.
Enseguida
Nadia
sintió la luz y de sus manos quitaron esposas. Libre al fin regó su sauce.
Acompañó a los suyos de buenos recuerdos, llena de ella, feliz, como siempre lo
decidió, separada del hombre inteligente. Pero había un sentimiento oculto más allá
de la razón, al lado de su amor, donde permanecía la duda y pensando en él. Dándole
gracias a él. Pidiendo su mejora, su salida, su bondad. Ella sabía que algo
bueno él tenía. Nadie nunca sabrá qué pasó con el hombre inteligente, incluso,
con la misma
Nadia. Solo nos quedará
saber que el hombre inteligente destruía
, por lo menos el
nuestro.
TALP.